Vi morir el sol. El redondo centro y las larguísimas rayas que se enroscaron, rápidamente. Salí, caminé sobre trozos de latas, piedras y tortugas.
En el prado me rodearon las violetas; los ramos sombríos y azules.
A mi lado brotó un ser, del sexo femenino, de cuatro o cinco años, el rostro redondo, oscuro, el pelo corto. Habló en un idoma que, nunca, había oído; pero, que entendí. Me preguntó si yo existía de verdad, si tenía hijas.
Otras, idénticas, surgieron por muchos lados; de entre los ramos, se desplegó, ante mí, todo un paisaje de nenas.
Miré hacia el cielo, no había una estrella, no había nada.
Recordé antiguas fórmulas, las dije de diverso modo, cambiando las sílabas; nunca tuvo efecto.
No sé qué tiempo pasó, cómo pude saltar de las violetas.
Me alejé, desesperadamente, entré, cerré las puertas.
Pero, ya, había comenzado a zozobrar la casa.
Y aún hoy, se balancea como un buque.
Marosa di Giorgio
poeta uruguaya
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